miércoles, 8 de agosto de 2012

Las promesas de Dios no alientan la pasividad


Nosotros, los cristianos, gozamos en nuestras vidas de la gracia de Dios.
Esta gracia no es simplemente "un regalo no merecido", como generalmente se la define sino que es mucho más. En ella, no solo recibimos lo que no merecemos sino que además no hemos recibido lo que sí merecíamos. Según la Biblia éramos dignos del castigo eterno, sin embargo hemos sido recibidos en misericordia a través de Jesucristo. Pero no sólo eso, sino que además es esa misma gracia la que también nos capacita para el servicio.

Sin embargo, y a pesar de esto, hubo en el siglo XVII un movimiento llamado "quietismo" que, en palabras más palabras menos, enseñaba que uno debía recibir pasivamente lo que Dios deseara conceder, y de esta manera se alcanzaría la perfección espiritual. En cierto sentido, la voluntad debía anularse.
Este movimiento fue condenado pero, a lo largo de la historia han surgido pensamientos muy similares, incluso en nuestra época. Son enseñanzas que aconsejan "quédate quieto, no hagas nada que Dios hará la obra en ti" "Mientras menos esfuerzo hagas, y te entregues más a Dios más obrará en tu vida".
Es verdad que Dios obra y capacita con su gracia al creyente, pero de ninguna manera significa que debemos permanecer pasivos sin poner nada de nuestra parte. De hecho, se reconoce que la gracia de Dios está sobre una persona cuando éste escoge tomar decisiones de acuerdo a la voluntad de Dios  luchando contra su propio pecado. Todo esto demanda una acción de nuestra parte.

Consideremos algunos pocos pasajes:


"No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar." 

Este texto lo hallamos en 1 Corintios 10:13. Y seguramente das gracias a Dios por tan grande promesa. Pues, en su fidelidad nos asegura que ninguna tentación que nos toque enfrentar será imposible de soportar sino que providencialmente habrá una salida y así resultar victoriosos. Pero el versículo 14 continúa:

"Por tanto, amados míos, huid..."

En otras palabras: ¡Gloria a Dios! ¡No seremos tentados más de lo que podamos resistir y nuestro Dios protector, en su gracia, también nos da una salida para vencer cada tentación!
Entonces... huyamos.

¿No es esta una actitud de verdadera confianza y fe en la promesa previa que Él nos ha dado? Claramente ante ella no podemos ni debemos esperar pasivos, sino que aferrados a tan tremendas palabras tomemos la resolución que se espera de nosotros.


En 1 Pedro 1:3-4 hallamos el siguiente pasaje:

"Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia..."

Si has leído con cuidado y detenimiento habrás notado que el pasaje dice que al conocer a Jesucristo, todos los recursos para nuestra santificación nos han sido ya dados. Por sus preciosas y grandísimas promesas llegaremos a ser tal como Jesús es. Ahora lo vemos sólo en parte, pero llegaremos a tener su santidad y virtud. ¡Todo esto nos ha sido dado! ¡Qué don más precioso! ¡Cuánta generosidad la de nuestro Dios!

Pero el versículo 5 continúa:
"... vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento..." 1 Pedro 1:3-5 

O sea que, viendo que su divina potencia nos ha dado todo lo que pertenece a la vida y a la piedad, nosotros también pongamos toda diligencia, toda nuestra energía, en añadir a nuestra fe virtud, a la virtud conocimiento...etc.

Las promesas de Dios no alientan la pasividad, por el contrario, nos impulsan a la acción. No somos meros espectadores de la obra de Dios en nosotros sino participantes activos que toman decisiones y resoluciones aferrados a sus benditas promesas.


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