lunes, 21 de mayo de 2012

Cómo preparar un mensaje expositivo

Por John R. W. Stott

Quiero empezar acentuando lo muy necesario que es prepararse. Claro que es posible que el Espíritu Santo nos dé un mensaje en el púlpito, pero la experiencia nos sugiere que el mismo Espíritu hace una obra mucho mejor en nuestro estudio.
Quiero contarles una historia de un pastor episcopal. No creo que esto se pueda aplicar a un pastor bautista o presbiteriano. Pero este pastor episcopal, ya desde hacía mucho tiempo había abandonado la práctica de prepararse para sus sermones. Se había hecho muy perezoso y no había nadie que lo supervisara. Su congregación era de gente sencilla y el pastor tenía un don natural para hablar. Podía predicar todos los domingos sin ninguna preparación. Pero un domingo por la mañana este buen hombre recibió un sacudimiento. Cinco minutos antes de empezar el sermón, vio que estaba el obispo, quien se sentó en la congregación. Este pastor perezoso había podido engañar a su congregación por muchos años, pero no confiaba en poder hacerlo con el obispo. Así que se portó amable, fue al obispo, y le dijo: “Señor obispo, tengo mucho placer en darle la bienvenida en esta mañana. Pero antes de que empiece el sermón creo que debo explicarle que hace algunos años tomé un voto muy solemne y me prometí que nunca más ya prepararía mis sermones; hice voto de que predicaría improvisando y que confiaría en el Espíritu Santo”. El obispo respondió que eso estaba bien y que entendía perfectamente. El pastor empezó el servicio, pero a la mitad del sermón el obispo se levantó y salió. Cuando terminó el sermón el pastor fue a su estudio y sobre la mesa encontró un recado escrito a mano por el obispo. Y esto es lo que decía: “Te absuelvo de tu voto”.
Necesitamos prepararnos, pero la pregunta es ¿cómo lo vamos a hacer? Permítanme decirles que esta pregunta exige una respuesta muy subjetiva. No hay ninguna forma única y sola de preparar un mensaje expositivo. Cada predicador debe encontrar su propio método. Realmente es un error copiarse el uno al otro


Escoger el texto
Sin embargo, hay ciertos principios que siempre se pueden aplicar y esos se los quiero sugerir a ustedes en seis pasos. 
El primer paso es el de escoger su texto. No podemos empezar a prepararnos mientras no escojamos el texto. Pero la selección del texto a menudo representa un dolor de cabeza; no por el hecho de que haya tan pocos textos, sino por el hecho de que hay muchos. Si estamos estudiando la Biblia como debemos, hay muchísimos textos de los cuales podemos predicar. ¿Cómo entonces vamos a escoger? Les voy a sugerir tres factores principales que nos pueden ayudar en la selección de textos.

a) Existe un factor externo. Puede ser la época del año; por ejemplo, la Navidad, el día de Resurrección, o la época de la cosecha. También puede ser que se esté debatiendo un tema en los periódicos locales; puede haber algo relacionado con las elecciones, o problemas morales, como el aborto o la eutanasia, o la pena de muerte. Puede ser que haya un escándalo nacional. O puede ser que haya sucedido una catástrofe, como el terremoto de Guatemala, y la gente está preocupada por el problema del sufrimiento, y como cristianos se preguntan si hay alguna palabra del Señor acerca de esto. Estos son algunos ejemplos de factores externos. Los factores externos son los de la situación en que vivimos que posiblemente nos estén presionando para predicar sobre cierto tema o cierto texto en un determinado momento.

b) Existe también un factor personal. No cabe duda alguna de que los mejores sermones que predicamos, son los que nos hemos predicado a nosotros mismos. Cuando estudiamos la Biblia, en algunas ocasiones, Dios nos habla de una manera muy especial, y hace resaltar un versículo del texto. Nos parece muy brillante, casi fosforescente, y el corazón arde dentro de nosotros.
Con frecuencia son estos los mejores textos y son los que debemos predicar al pueblo. Tal vez algunos de ustedes hayan oído el nombre del Dr. José Parker.
Fue un predicador Congregacional de Londres, a fines del siglo pasado.
Había predicado un gran sermón un domingo y después del culto, en el anexo, se le acercó un visitante y le dijo “quiero agradecerle por este sermón porque me hizo mucho bien”. Esta fue la respuesta del Dr. Parker: “Señor, yo lo prediqué porque a mí me había hecho bien”. El famoso predicador había dado un mensaje basado en su propia experiencia con el texto. Se puede esperar entonces que todos nosotros mantengamos un cuaderno de notas y que escribamos en él los textos que hayan significado una bendición para nosotros. Debemos por así decirlo, capturar los momentos fugaces de la inspiración. Por supuesto yo no conozco la condición de la mente de cada uno de ustedes, pero sí sé la condición de la mía. Por lo general está vagando en la niebla o en el smog, pero de cuando en cuando la niebla se levanta un poquito y entra el sol, y entonces puedo ver la verdad con una claridad tal como no la había visto antes. Es este un momento de inspiración, un momento de razón y de emoción. Tenemos que capturar estos momentos antes de que vuelva la niebla. Estos factores son factores personales.

c) Existe un factor pastoral. Esto significa que se descubre una necesidad en la vida de la congregación. Es por esto que los mejores predicadores por lo general han sido también los mejores pastores: conocen a su gente y saben de sus necesidades. Con frecuencia el tema para una predicación surge de una entrevista personal. El predicador necesita saber cuáles son las necesidades de su gente y comprenderlas.
Supongo que alguien entre ustedes esté trabajando con un equipo pastoral. Yo por mi parte creo más y más que todos nosotros debemos volver al concepto de equipos o elencos pastorales. En el Nuevo Testamento se nos enseña esto muy claramente. Desde el principio Pablo puso grupos de ancianos en cada una de las Iglesias. Por muchos años hemos tenido un equipo pastoral en Londres. Nos reunimos una vez por semana, pero también salimos fuera juntos y pasamos por lo menos un día entero en comunión, cuando menos tres veces al año. Cuando nos apartamos así por un día, siempre la predicación está incluida en nuestro programa.
Nos preguntamos entre nosotros mismos: ¿cuáles son las necesidades de nuestra congregación que hemos descubierto en nuestra obra pastoral? ¿Habrá algunas doctrinas que necesitamos acentuar o aclarar? ¿Habrá algunos deberes éticos que se están descuidando? Entonces, al compartir juntos nuestras experiencias decidimos qué es lo que vamos a predicar, y luego procuramos planear nuestro calendario de predicación para los próximos tres meses, o algo así.
Tenemos la responsabilidad de predicar todo el consejo de Dios al pueblo, y no podemos hacer esto si no lo planeamos. Así que, planeamos series de sermones para poder desarrollar, según la necesidad, algunos tópicos en forma amplia. También les damos la oportunidad a los miembros de nuestra congregación que soliciten alguna predicación. Asimismo en ocasión ponemos atrás, en la parte posterior de la iglesia, una caja, e invitamos a la gente que allí ponga sus sugerencias y peticiones escritas.
Los congregantes pueden pedir un sermón sobre un tema particular, lo que ellos quisieran que se predicara. Esto nos ayuda para entender cuáles son sus necesidades.
He aquí, entonces, tres de los factores que nos ayudan a escoger nuestros textos: el externo, el personal y el pastoral.

Empaparse del texto
Bueno, ahora yo doy por sentado que hemos escogido el texto. El paso número dos es: medite sobre él, léalo, vuélvalo a leer, y vuélvalo a leer, vuelva a releerlo y continúe leyéndolo, dándole vueltas y vueltas en su cabeza. Agótelo como si fuese una flor, como si fuera un picaflor que procura sacarle la esencia. Cada predicador es un chuparosas.
Ustedes deben chupar sus textos como un niño que chupa una naranja y la chupa hasta que está seca. Póngase sobre el texto, tritúrelo como si usted fuera un perro preocupado solamente por roer su hueso. Mastíquelo tal como la vaca mastica rumiando. Hay que trabajar mucho; puede ser que se pase horas laborando con el texto. Todavía no busque comentarios; haga sus meditaciones propias, por sí mismo. Por mi parte yo encuentro que me ayuda mucho ponerme de rodillas y abrir la Biblia delante de mí, no porque haya algo especial en relación con arrodillarme, sino porque es una postura de humildad delante de Dios, y queremos humillarnos delante de Él y delante del texto. Tenemos que orar que el Espíritu Santo ilumine nuestras mentes y que nos hable por medio del texto.
Durante este período puede ser que nos hagamos algunas preguntas. Hay dos preguntas en especial que podemos hacerle al texto. La primera y principal es ¿qué quiere decir el texto? Aquí tenemos que emplear los principios adecuados de la interpretación bíblica. La pregunta no es ¿qué quiere decir para mí? ¿Qué significa para mí? La primera pregunta es mucho más objetiva. La pregunta es ¿qué significaba cuando fue escrito por primera vez? Necesitamos trasladarnos al contexto histórico porque cuando el Señor habló, su palabra la pronunció en un contexto histórico.
Entonces nosotros debemos trasladarnos en el pensamiento al contexto original y de este contexto preguntar: ¿qué significa?
La segunda pregunta es: ¿Qué es lo que nos dice a nosotros? Esto quiere decir: ¿Cuál es su mensaje para hoy? Entonces llegamos al contexto del día de hoy. Este no es el contexto histórico original; es el contexto contemporáneo, en el cual la Palabra de Dios se habla hoy en día. El verdadero trabajo de la exposición es relacionar esos dos contextos. A medida que ustedes se están haciendo esas preguntas, escriban sus pensamientos. En este momento no les llegarán en ningún orden, pero escríbanlos de todas maneras, aunque les parezcan un gran caos.
Solamente después de haber hecho esta primera meditación, es cuando se debe buscar los comentarios. Quizá algunos de ustedes conozcan el nombre de Campbell Morgan. Muchos de sus libros todavía están en circulación. Él escribió un libro sencillo y muy corto sobre la predicación.
En este libro dice: “Por muchos años me he regido por una regla muy estricta: que nunca vi el comentario sobre un texto hasta haber pasado algún tiempo sobre el texto a solas. Este es mi método”. Así que demos tiempo a esta meditación.

Encontrar el núcleo del texto
Esto me lleva al tercer pasoEste paso concierne con descubrir y aislar el pensamiento dominante del texto. ¿Cuál es la principal intención del texto? El texto, a lo mejor, enseña muchas cosas, pero ¿cuál su mensaje principal? Es muy importante preocuparse de esto. Los congregantes no se acordarán de muchos detalles del sermón.
Si queremos que sientan el impacto del sermón, sólo lo harán si en él hay un pensamiento dominante. Es por eso que nosotros debemos perseverar en meditar sobre el texto hasta que surja este pensamiento dominante. Nos preguntamos: ¿qué es lo que dice Dios por medio de este texto? ¿Dónde está el énfasis? Nosotros necesitamos meternos dentro del texto, hasta que no solamente estemos metidos en el texto sino también estemos bajo el texto y el texto se meta en nosotros y el mensaje del texto empiece a controlar nuestros pensamientos. El texto mismo comienza a emocionarnos, empieza a posesionarse de nosotros, y entonces nos convertimos en siervos de la Palabra. Yo creo que debemos permanecer meditando hasta que esto suceda, hasta que el fuego comience a quemarnos por dentro, y nosotros empecemos a arder con el texto.

Estructurar el mensaje
El paso número cuatro es arreglar los materiales para que sirvan al pensamiento dominante. Puede que entonces ya tengan mucho material escrito en las notas, aunque de una manera un tanto desarticulada. También ustedes ya tienen al descubierto el pensamiento dominante que está ardiendo en sus mentes. Entonces el material debe arreglarse para que este pensamiento dominante sea claro.
Hay aspectos tanto positivos como negativos en relación con ello.
Empezaré con los negativos. Tenemos que ser muy enérgicos para rechazar todo lo que no es pertinente. Durante el período de nuestra meditación, toda clase de pensamientos se nos ha metido en la cabeza. Nos llegaron múltiples ideas, muchas muy llamativas, y existe la tentación de meter todo en el sermón. Debemos resistir esa tentación, y solo debemos incluir materiales que sean pertinentes al pensamiento dominante. Debemos esforzarnos por tener disciplina mental para reforzar los otros pensamientos para otra ocasión.
Ahora vamos a ver el aspecto positivo. Debemos subordinar el material al tema de tal manera que lo aclaremos y hacer que su impacto sea aún más fuerte. Debemos, entonces, empezar a dar cierta estructura, al sermón. El peligro es tratar de imponer una estructura artificial en el texto. Esto siempre distrae y puede llevarnos a conclusiones erróneas. La regla de oro es que permitamos que el texto nos dé su propia estructura.
Se dice que hace algunos años había un predicador que tenía un martillo de oro.
Tomándolo en su mano pegaba con este martillo suaves golpecitos al texto. Al recibir estos suaves golpecitos el texto se rompía en sus partes naturales. De esta manera debemos buscar las divisiones naturales del texto.
Por favor olvídense de esa casi universal esclavitud a los tres puntos. Claro que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y algunas veces la trinidad nos da tres puntos. También sabemos que el tiempo es presente, pasado y futuro, y algunas veces el tiempo nos da tres puntos. Pero en algunas ocasiones tendremos solamente un punto, o sólo dos. Y algunas veces cuatro o cinco puntos son necesarios para que la estructura sea natural, y no artificial.
Sigo adelante, dejando la estructura para considerar las palabras. Las palabras son muy importantes, pues tenemos que vestir nuestros pensamientos en palabras. Creo en la inspiración verbal de las escrituras. Esto quiere decir que el Señor se preocupaba por las palabras. Y si fueron importantes para Él, también deben ser importantes para nosotros. El Señor sabía que no podía comunicar su mensaje preciso sin palabras precisas. Es porque ellas son muy importantes, que estoy luchando por encontrar las palabras adecuadas al hablarles a ustedes ahora. Y por eso también, al interpretar, lucho tanto para encontrar las palabras precisas para dar este mensaje. Las palabras tienen valor, son importantes. Vale la pena tomarse el trabajo de encontrar las palabras que sean vivas y sencillas. Yo, por mi parte, no creo que sea muy recomendable subir al púlpito para leer un sermón escrito. Tampoco debemos memorizar el manuscrito para leerlo en nuestras mentes, pero sí creo en la disciplina de que durante nuestro estudio debemos escoger las palabras que comuniquen con exactitud nuestros pensamientos. En muchas ocasiones estas palabras nos llegan cuando estamos en el púlpito y debemos estar lo suficientemente libres de un documento escrito para emplearlas. Así que no despreciemos las palabras; son los ladrillos con que se edifican las oraciones. No hay significado si no hay palabras.

Ahora llegamos a considerar las ilustraciones. Estas pueden ser historias, anécdotas, o parábolas. Personalmente, yo sé que una de mis más grandes faltas es que no uso suficientes ilustraciones. Les contaré lo que me dijo un amigo mío después de que se publicó uno de mis libros. (Creo que todavía es mi amigo). Era el libro una exposición que no tenía suficientes ilustraciones. Me dijo: “Es como un edificio sin ventanas, es como si fuera un budín sin sabor”. Creo que era una crítica fuerte, pero también temo que haya sido demasiado certera. Así que necesitamos ilustraciones, pero el propósito de las ilustraciones es ilustrar, y hacer que la verdad sea clara y refulgente. No tener ilustraciones en un sermón es mejor que ponerle una ilustración que no cabe. Así que no hay que meter ilustraciones por el gusto de meterlas. Nada de eso.
El gran propósito de las ilustraciones es el de hacer que una idea abstracta sea concreta, que se convierta lo abstracto en concreto. Hace algunos minutos quise ilustrarles lo que yo quería decir con la palabra meditación. La meditación es una idea abstracta y por eso hablé del picaflor, del perro con su hueso y de la vaca que rumia.
Quise emplear las ilustraciones para ayudarme a comunicar lo que significaba la meditación. Este es el propósito de las ilustraciones. Todo esto es el cuarto paso: arreglar el material para que sirva al pensamiento dominante; el arreglo incluirá estructura, palabras e ilustraciones.

Elegir la introducción y conclusión
El quinto paso: Agreguen una introducción y una conclusión. Les recomiendo con toda la firmeza que dejen esto casi hasta el final. Lo mejor es preparar el cuerpo del sermón primero. Después de que hemos aislado el pensamiento dominante se puede preguntar ¿cómo lo introduciré y cómo lo concluiré?
Tomemos primero la introducción. La introducción tiene dos propósitos principales.
El primero es el de despertar el interés. No debemos permitir que la gente se nos duerma antes de empezar. ¿Saben ustedes lo que sucede cuando empieza un sermón? Se puede ver que la gente cierra los ojos, parece como que se está apagando.
Parece que oyen el sonido, el ¡click! como cuando se está apagando la radio o la televisión. Algunos doblan las manos, para dar la impresión de estar orando, pero se sabe muy bien que ya están dormidos. No debemos permitirles que se duerman. La introducción debe despertarles el interés de tal manera que por lo interesante no deje dormir a los oyentes.
En segundo lugar, la introducción debe conducir la mente al tema. La introducción debe hacer estas dos cosas juntas. Es muy fácil despertar el interés de la gente. Se puede contar algún chiste, o alguna historia trágica que les haga llorar; pero habiendo despertado el interés existe el peligro de que se lo vuelva a perder, a menos que la introducción los guíe hacia el tema del sermón. También es muy fácil introducir el tema y hacerlo de tal manera que los oyentes pierdan el interés antes de que el sermón empiece. La cuestión es cómo hacer ambas cosas al mismo tiempo. Tenemos que introducir el tópico, pero de tal manera que podamos despertar el interés y mantenerlo.
¿Cómo hacer esto? Bueno, la forma tradicional de empezar un sermón es: “éste es mi texto” o “para esta mañana mi texto es éste”. A muchos de nosotros se nos ha enseñado que así se debe empezar un sermón. El valor de empezar con esto es obvio, puesto que declara desde el principio que no estamos ventilando nuestras propias opiniones sino lo que vamos a hacer es exponer la Palabra de Dios. Por esto decimos: “este es mi texto”.
Pero, a pesar de esto, este medio tradicional hace que mucha gente desde el principio nos desatienda por acondicionamiento. Es recomendable, cuando menos en algunas ocasiones empezar de una manera distinta. Por ejemplo se puede empezar con una situación en lugar de un texto, o se puede anunciar un tema muy interesante y luego preguntar si la Palabra de Dios tiene algo que decir acerca de esto.
Les voy a dar algunos ejemplos de lo que quiero decir. Supongamos que ustedes van a predicar sobre el versículo más conocido de la Biblia, que por supuesto es Juan. 3:16.
Más aún, vamos a suponer que lo van a predicar tanto a creyentes como a no creyentes.
Estoy seguro de que si ustedes anunciaban el sermón con las palabras: “mi texto en esta mañana es Juan. 3:16”, ya desde este mismo momento gran parte del auditorio no les escucharía. La mayoría de las congregaciones han escuchado cientos de sermones basados en Juan. 3:16, y si se los piden, ellos pueden repetir el texto de memoria. Que los oyentes puedan repetir un texto es algo bueno, pero mejor todavía es que oigan cómo el predicador explica el texto, y cómo lo aplicó a su vida. Por eso, vale, a veces, usar otra forma, una no tan tradicional para introducir el texto.
Bueno, todos están hablando hoy en día de la calidad de vida. Los ecólogos están hablando de esto. Dicen: “¿De qué sirve sobrevivir la crisis ecológica si no hay calidad de vida?” Los sociólogos también la mencionan, como así mismo los planificadores de las ciudades y los psicólogos. ¿Entonces por qué no empezar con este punto y decir que todo el mundo está hablando de la calidad de vida? Ustedes pueden dar muchos ejemplos de la calidad de la vida. Luego pueden decir: “pero los cristianos tienen una calidad de vida superior y esto es lo que la Biblia llama vida eterna”. Entonces pueden ver ese aspecto habiendo despertado su interés de una manera eficaz.
Tomemos otro ejemplo de la segunda carta a los Corintios 5:17: “Si alguno está en Cristo nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”. Es un texto maravilloso, un texto que llena a cualquiera de gozo y emoción. ¿Pero cómo introducirlo? Otra vez, supongamos que ustedes empiecen con una pregunta a la congregación, de esta manera: “¿Creen ustedes que la naturaleza humana puede cambiarse?” Es esta una pregunta importantísima. Entonces ustedes pueden seguir e indicar porqué es importante: Es importante socialmente; estamos anhelando mejores estructuras sociales. Pero las estructuras mejores exigen mejor gente, porque es la gente la que produce las estructuras. ¿Cómo podemos cambiar a la gente para que ésta cambie las estructuras? Esto tiene importancia social y tiene una importancia personal, nosotros necesitamos cambiar. ¿No han deseado ustedes alguna vez, volver a empezar la vida?
Claro que sí. Todos lo hemos deseado. Todos tenemos algo en nuestro pasado de lo cual estamos avergonzados. De esta manera se puede seguir adelante despertando su interés:
“¿Será posible cambiar la naturaleza humana?” Ustedes pueden mencionar que muchas gentes han dicho que la naturaleza humana no se puede cambiar. Entonces viene el texto: “pero Dios dice que sí, la naturaleza humana sí puede cambiar y el Señor Jesucristo la puede cambiar, y puede hacerlo a uno una nueva persona”. Esto lo digo nada más como una sugerencia: que en algunas ocasiones nosotros empezamos situacionalmente en lugar de lo tradicional.

Ahora pasemos de la introducción a la conclusión. La conclusión no es lo mismo que una recopilación. Mucha gente recopila lo que ha dicho y luego se detiene allí, pero no llega a ninguna conclusión. Una persona describía su propio método en la predicación de esa manera: “primero les digo que lo que les voy a decir; luego les digo lo que les tengo que decir, y al fin les digo lo que les había dicho”. Este predicador dice la misma cosa tres veces, pero no hace ninguna conclusión. Es muy bueno recopilar, pero tienen que seguir hacia la conclusión, y la conclusión siempre debe requerir acción.
Siempre que nosotros prediquemos, debemos predicar para que haya una decisión.
No quiero decir que sea sólo una decisión evangélica, sino también una decisión para los cristianos, para que ellos puedan obedecer los mandamientos de Dios, o que tomen posesión de alguna promesa de Dios, conque el impacto del sermón les vaya a impresionar. Entonces saldrá de allí gente transformada, gente con una nueva visión y una nueva resolución. Es la conclusión la que nos llevará a eso.
Los puritanos del Siglo XVII tenían una buena expresión: hablaban de la necesidad de predicar hasta atravesar el corazón. En la mayor parte del sermón predicamos principalmente a la mente. Esto está bien, pero también necesitamos entrar en el corazón y tocar la voluntad. He aquí la diferencia principal entre una conferencia y un sermón. Claro que hay otras diferencias. Algunos de ustedes son estudiantes. Les voy a dar la mejor definición de una conferencia que jamás he escuchado: “una conferencia es una comunicación de los apuntes del conferenciante a los apuntes del estudiante sin que pase por la mente de ninguno de los dos”. Hay demasiadas conferencias de este tipo, pero cuando predicamos lo que hacemos es atraer a la mente de los oyentes y por medio de sus mentes, su corazón y su voluntad. La Palabra de Dios siempre demanda una respuesta. Los que oyen siempre deben ser hacedores de la Palabra y no solamente oidores. Debemos aplicar el tema dominante del texto de tal manera que exija acción.
Una manera de hacerlo es prepararse para predicar, es llevar la imaginación a la gente en la congregación. Luego se pregunta qué es lo que esta porción de la Palabra de
Dios tiene que decir a esta pareja de recién casados, o a esa pareja que están en el noviazgo, todavía sin casarse; qué tiene que decir a los padres, o a los niños pequeños; qué tiene que decir a la gente mayor, las que están llegando ya al final de su vida, o a las que están sin empleo, o a los jóvenes, o a los adolescentes. Usemos nuestra imaginación y pensemos en todas las personas de nuestra congregación en este pueblo amado por el cual Cristo murió.

Orar por el mensaje
El paso número seis me llevará unos minutos nada más. El paso número seis es: oren por su mensaje. Este es el paso que la mayoría de nosotros pasamos por alto. Yo les confieso a ustedes que en muchas ocasiones no doy suficiente importancia a este paso.
Ojalá que seamos muy cumplidos en la preparación de nuestros mensajes, para que subamos al púlpito con un mensaje bien preparado. Pero si de alguna otra manera no hemos verdaderamente orado por él, si no lo hemos poseído como nuestro, si no se ha pasado de nuestra mente a nuestro corazón, y si nuestro corazón no está ardiendo dentro de nosotros al subir al púlpito, entonces no es una aclaración auténtica de nuestro corazón. Terminaré diciendo lo que decía un predicador negro de los Estados Unidos, que describía su predicación con cuatro pasos: primero, me saturo, me lleno de lectura; segundo pienso hasta que todo se me aclare; en tercer lugar oro para calentarme lo más que pueda, y después de eso me lanzo a predicar.


La oración
La oración es una conversación de ida y vuelta. Hablamos con Dios y Él habla con nosotros. Como cristiano tienes un Padre que escucha y contesta tus oraciones.
Todo hombre o mujer que ha valido algo para la Iglesia y para el Reino de Dios, ha sido una persona que ha sabido orar. Un cristiano que no ora es un cristiano sin poder. Jesucristo pasaba noches enteras en oración. Si Él sentía que debía orar ¡cuánto más nosotros!
Billy Graham

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...